The Mastermind: "El arte de robar arte"
- MBU

- 17 oct
- 2 Min. de lectura
Mente Maestra, el arte de robar arte (Por Lorena Punsoda)
The Mastermind (Reino Unido – Estados Unidos, 2025), dirigida por Kelly Reichardt. Con Josh O'Connor, Alana Haim, Hope Davis y John Magaro.

Foto por MUBI
Un joven de pasos tímidos recorre un museo con la mirada perdida. Finge interés frente a los cuadros, pero su mente está en otro lado: calcula, imagina, proyecta. En cada vitrina ve una oportunidad, en cada pasillo, una posible salida. J.B. Mooney (Josh O’Connor) no es un criminal nato ni mucho menos un estratega brillante; es tan solo un carpintero desempleado que fantasea con un robo perfecto. Su misión es convencerse -y convencernos- de que puede lograrlo. Con esa ilusión arranca The Mastermind.
Nuestro protagonista se disfraza de genio mientras nosotros como espectadores lo seguimos con cierta complicidad. Pero a medida que sus planes se derrumban uno tras otro, también se quiebra la confianza que le teníamos. Y en ese punto, paradójicamente, empieza la verdadera diversión. Su torpeza es tan cómica como encantadora: él y sus secuaces parecen jugar a robar y se organizan como si fueran los animalitos de Fantastic Mr. Fox -medias en la cabeza incluidas-. Kelly Reichardt desactiva todo lo que este género suele prometernos: acá no hay violencia, adrenalina, ni destreza. El golpe ocurre a plena luz del día y con aires caricaturescos. Si hace tiempo dejamos de exigirle prolijidad a los artistas, ¿por qué esperarla de unos simples ladrones?
Josh O’Connor retoma el semblante desorientado y taciturno que ya había mostrado en La Chimera, aunque esta vez no entre tumbas sino entre pinturas. De más está decir que The Mastermind es un título irónico: la película se construye sobre la ingenuidad de quien cree controlar un mundo que no entiende del todo.
La fotografía, terrosa y granulada, recuerda a un parabrisas sucio tras un viaje largo. Los tonos marrones dominan tanto el vestuario como los paisajes, instalando una sensación de desgaste y aridez. Se inscribe en ese cine de los años 70 que avanza a un ritmo relajado y contemplativo, al estilo de Scarecrow. Muy lejos de las luces de neón y del frenesí típico de las películas de robos contemporáneas como Drive o Good Time.
Al final lo que importa no es lo que se roba, sino cómo se roba. Y si hay una lección latente entre estos 111 minutos, quizás sea la más sencilla: vergüenza es robar…y que te descubran.
Calificación: 4/5








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