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Foto del escritorMariano

A 21 años de Ray of Light: Madonna reafirmaba su reinado pop

Lejos de toda polémica, su conocida voracidad por la vanguardia y la novedad hicieron de Ray of Light un disco sin igual dentro de su repertorio. Luego del controversial Erotica (1992) y Bedtime Stories (1994), cuyo atisbo electrónico estaría por afianzarse, Madonna—a sus casi 40 años— reafirmaba su reinado pop con el álbum menos comercial de su carrera.

Su gestación data de 1996. Aquel fue un año transformador para la cantante: el rodaje de la película Evita, el nacimiento de su primera hija Lourdes, la subsiguiente ruptura con el padre de su hija y un acercamiento a la cultura oriental signaron la concepción de su séptimo trabajo de estudio: Ray of Light, lanzado hace ya 21 años.

Dos años más tarde, enero de 1998, el mundo supo de una nueva Madonna. Sombría, tétrica, y serena: como una diosa gótica aparecía en el video-clip de su nuevo sencillo, “Frozen”. El cambio era radical. Su interés por bandas europeas a lo Massive Attack y AIR, músicas de culturas orientales, demuestran una marcada diferencia. Su compenetración con el budismo, el hinduismo, el Yoga y el Kabbalah, causaron un profundo impacto personal del cual podemos ser testigos a lo largo de las 13 canciones que conforman el álbum.

Madonna y su innegable—casi infalible—habilidad de poder de elección de sus colaboradores quedó demostrada a la perfección en su última producción del milenio pasado. En su gestación tuvo en mente la presencia de productores como Tricky y Goldie, hurgando en la periferia de la electrónica inglesa de entonces. Pero por una u otra razón no pudo ser posible. En cambio, William Orbit —un músico under de la electrónica/ambient londinense quien ya había remixado algunos sencillos de Madonna— fue el copiloto elegido para este aventurado proyecto sonoro. Además incluyó a Patrick Leonard (conocido colaborador de Madonna), el productor de electrónica Marius De Vries, y el compositor y productor Rick Nowels.

La intérprete a la que quizá el mundo ya estaba acostumbrado se dirigía a nosotros como una mujer que lo ha visto y vivido todo; y que —nos declara— pudo “cambiar su mente”. Así se nos presenta en el track apertura del álbum Drowned World/Substitute for Love. Una pieza down-tempo, chill-out que oficia como relato sobre sus viajes internos y superficiales, hasta su revelación: su nueva mirada sobre la existencia. Es el primer signo de esta nueva dirección y madurez tanto artística como personal…Y también vocal. Para la filmación del film/musical Evita tuvo que someterse a un entrenamiento vocal que enriqueció su timbre, y le otorgó un mayor control a la hora de cantar. Una nueva Madonna en muchos niveles.

“Swim” confirma el espíritu al que nos inserta el track inicial. “Pon tu cabeza en mi hombro, cariño/las cosas no pueden estar peor”, comienza. Sus errores y frustraciones se hacen presente una vez más, para luego sumergirse a lo hondo del océano y así purificarse. (nótese el perfecto guiño a los Beach Boys con un sample de guitarra extraída de “Feel Flows”). “No quiero llevar más estos pecados sobre mi espalda/No quiero llevarlos más”, entona con un dejo de furia.

La perfecta canción pop comercial llega con la que le da título al álbum. Tercer track, y segundo corte de difusión, Ray of Light” es una de las canciones up-tempo que hacen a la mitad del disco. Alegre y melancólica; el riff a cargo de Orbit se extiende por algunos compases hasta fundirse en un torbellino electrizante de psicodelia y techno. Vocalmente es la canción más demandante de su discografía. Fue originalmente concebido como un jam de electrónica de alrededor de 10 minutos de duración. Era una de las versiones esperadas a lanzarse en un subsiguiente compilado titulado Verónica Electrónica (también pensado como un alter-ego) compuesto de tomas alternativas y remixes del disco, que penosamente nunca vio la luz.

“Candy Perfume Girl” es otro audaz acercamiento al trip hop. Ácida y agresiva, progresivamente aumenta su intensidad vocal e instrumental, con crudas y ruidosas guitarras. Una de las canciones más heavys de su catálogo.

¿Te conozco de algún lugar?/¿Por qué me dejas queriendo más?/¿Por qué todas las cosas que digo/suenan como las estupideces que he dicho antes?” Sigue “Skin”, sobre una capa de etéreos sintetizadores. Segundos después estamos hundidos en un trance frenético. Su voz suplica: “Bésame, estoy muriendo/Pon tu mano en mi piel“. La tensión se acrecienta, entre súplica y súplica. El tema finaliza declamando insistentemente “No soy así todo el tiempo”, acompañado de efímeras flautas marroquíes.

En “Nothing Really Matters”, de nuevo, la reflexión y la retrospección se cristalizan en sus letras, con un mensaje universal conocido: amor es todo lo que necesitamos. Un solo de piano descendente oficia de break, siendo la canción del disco que más se acerca a la Madonna reina de las pistas de baile que ya bien conocemos.

En otra muestra de su trascendental transformación espiritual: “Shanti/Ashtangi” es una adaptación de un rezo hindú sánscrito, cantando en su lenguaje original, envuelto en una vibrante y acelerada producción electrónica. Junto con Boy George a comienzos de esa década, una artista pop mainstream no llevaba la cultura oriental a semejante nivel de exposición desde George Harrison. Como si eso no alcanzara, el álbum iba a ser llamado “Mantra” pero hasta ese entonces todas sus producciones habían sido tituladas como alguna canción perteneciente a los mismos, y ésta no fue la excepción.

“Frozen”—la balada por excelencia— fue la que presentó al mundo este cambio radical sonoro. Con una intro de cuerdas que se estrenan para lo que resta del álbum, fue lanzada como primer sencillo. Es el single más largo de toda la historia discográfica de Madonna, y uno de los hits radiales más inusuales, no sólo de su trayectoria, sino de la escena musical de entonces. Dramática, de voz frágil, Madonna nos canta sobre corazones fríos y cerrados, temerosos de entregarse al amor.

Otra balada electrónica, de guitarra acústica y no menos bella, le sigue como secuela: la evocadora The Power of Goodbye. “Tu corazón no está abierto, por lo que debo irme”, canta en sintonía con Frozen. El décimo tema del disco es una de sus más emotivas interpretaciones, y un pequeño ensayo sobre el “dejar ir” y el poder de decir adiós, si queremos crecer (¿les suena “Adiós” de Gustavo Cerati?).

El antepenúltimo track,To Have and Not to Hold es una triste y camuflada bossa nova. Su búsqueda espiritual nuevamente presente. “Solo yo soy la culpable”, nos susurra hasta desvanecerse.

Para finalizar La Ciccone escribe sobre dos figuras femeninas fundamentales en su vida: su hija y su madre, respectivamente. Little Star, una canción de cuna sobre un ritmo de drum&bass acompañado de un arreglo de cuerdas para su recién nacida Lola y Mer Girl —un bellísimo poema para su madre— la canción menos convencional de todo su catálogo. Su letra fue inspirada en un viaje al lugar donde se había criado. Vagando por los campos de Michigan en un día lluvioso, terminó sin quererlo en el cementerio donde yacen los restos de su madre. Corriendo volvió para desahogarse sobre un papel. Para la música, Madonna le pidió a Orbit una maqueta sobre la que ella pondría una melodía. Improvisada y en una sola toma, es la que podemos escuchar. Nunca volveríamos a sentirla tan vulnerable.

Trece canciones fueron listadas para conformar el producto final de Ray Of Light, pero catorce fueron las grabadas. Esta última fue solo lanzada como bonus track en su edición japonesa y como lado B del sencillo homónimo. “Has to Be” es otra demostración de la colaboración perfecta. La lírica, la melodía, y la magia de Orbit, disponen de todo para conmovernos profundamente y erizarnos la piel. Imperdonable que no haya terminado en el tracklisting final.



Siendo su proyecto musical más arriesgado, junto con “Erotica” y “American Life” (2003), Madonna, la superestrella, podría haberlo evitado. La misma intérprete hubo de confesar no estar muy convencida del producto final antes de su lanzamiento, después de seis meses de trabajo. Pero Ray of Light fue una necesidad. A decir verdad, su éxito fue un triunfo—no solo personal, sino para las audiencias en general. Su cierre abierto excepcional en “Mer Girl” reza “Olí su carne quemada/Sus huesos podridos/Su decadencia/ Corrí y corrí/Todavía sigo huyendo”. No sólo es estremecedor, sino a esta altura extraño para un álbum de colosales ventas como lo fue. En él refleja nítidamente su transición espiritual, emocional y artística. Intimista y sumamente reflexiva, la Reina del Pop encara un viaje introspectivo a lo largo de poco más de una hora: el amor, el desengaño, la vida, la muerte, son tópicos que lo sobrevuelan de principio a fin.

El arte visual que acompañó al disco engendró 5 video-clips para sus respectivos sencillos, entre los que se destacan los aclamados videos musicales de Ray of Light y Frozen. Ubicándola nuevamente a la cabeza por sobre sus pares y contemporáneos en el arte del video-making.


Ray Of Light se enmarca en un contexto de profusión y auge de la música electrónica, como fue la década de los 90—con mayor énfasis en sus últimos años. U2, David Bowie, Björk son algunos de los artistas quienes se sumaron a esa nueva oleada. No sólo le otorgó a Madonna uno de sus mayores éxitos—se estima que ha vendido alrededor de 20 millones de copias, ubicándose entre sus 5 álbumes más vendidos—sino que la reconsideró, popular y críticamente, como una verdadera fuerza creativa. Su lírica representa su punto más álgido como cantautora. Su impacto en la música popular significó —valga la redundancia—, un rayo de luz. Un torrente de aire fresco en las radios y el pop mainstream de fines de los 90 dominado por el Britpop y el resurgir del bubblegum de la mano de las Spice Girls, boy-bands y la recién salida Britney Spears.


En su cualidad de experimental supuso una mayor difusión de la música electrónica que nunca antes había gozado, y a su vez promovió—una vez más—a la música dance como generadora de propuestas de gran interés y de dominancia definitiva en el mainstream. Abrió el camino para posteriores producciones de música electrónica como “You’ve Come a Long Way, Baby” de Fatboy Slim (1998), “Play” de Moby (1999), Bocanada de Gustavo Cerati (1999) alcanzaran reconocimiento masivo. El álbum hizo de William Orbit el productor estrella, y sus atributos fueron luego solicitados por artistas como Beck, Blur y U2.


Ray of Light es de esos discos que abrazan la soledad. Que nos validan momentos en los que estamos solos con nosotros mismos. Por eso sabíamos que la Reina del pop podía hacernos bailar… con Ray of Light supimos que bien nos puede hacer volar.

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