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Arctic Monkeys – Tranquility Base Hotel + Casino (2018)

Tras media década de espera, recibimos el sucesor de AM (2013), un disco que dio mucho de qué hablar en el momento de su salida, tanto por un cambio de estilo innovador que se venía anticipando en álbumes anteriores de Arctic Monkeys, como por la explotación de este estilo. De repente, la tapa negra con un “electrocardiograma” blanco se popularizó a niveles inimaginables.

La conclusión de esta etapa se dio en las últimas fechas de la gira promocional, en Sudamérica, incluyendo la fecha en Buenos Aires y Córdoba, a fines de 2014.

Así, Arctic Monkeys anunciaron, al terminar el tour, que se tomarían un descanso indeterminado, producto de un esfuerzo bastante mayor que los vio llegar a lugares donde nunca habían llegado, tanto “artísticos” como oídos de oyentes nuevos.

Mientras tanto, se dio la incursión de Matt Helders como baterista de Iggy Pop en un disco excepcional, y el regreso del dúo Alex Turner-Miles Kane, “The Last Shadow Puppets”, que lanzaron al mercado un disco aclamado por crítica y público por igual: Everything you’ve come to expect. En este disco podemos notar cómo “AM” hizo lo suyo en las habilidades como músico de Alex Turner. El estilo que había logrado con su banda de toda la vida se quedaría para rato.

Tranquility Base Hotel+Casino, el sexto álbum de la saga Arctic Monkeys, es eso. It is everything WE‘ve come to expect. Un disco altamente influenciado por el proyecto extraprogramático de Alex.

Foto: Alex Turner usando una guitarra. Algo que no vamos a ver muy seguido. (Fuente: Timothy Norris/Getty Images)

Nadie pone en duda que siempre fue él quien llevó las riendas de la banda. No es criticable. Lo que sí es criticable es la ausencia de los otros miembros. En lo personal, me gusta pensar a Arctic Monkeys con una frase que usó Jimmy Page en su momento para describir a Led Zeppelin: un affaire al corazón. Todos los miembros eran importantes en función de la totalidad. En otras palabras, había un quinto factor excedente a la suma de los cuatro miembros, dando como resultado música inabarcable. En el nuevo disco de Arctic Monkeys, este quinto factor no existe. Matt Helders, domado hace dos discos ya, ni siquiera hace presencia con sus coros. Aplausos a Nick O’Mailley, cuya aparición si es más notable, digitando riffs de bajo imaginativos, pegajosos y cool. Las guitarras, en la mayoría de los temas, brillan por su ausencia.

Sin embargo, no me atrevo a acusar de “malo” a este álbum. Tiene grandes momentos, y canciones que valen la pena, destacando el single “Four Out of Five” y los dos primeros tracks, “Star Treatment” y “One Point Perspective”. Mención especial a “The Ultracheese”.

El álbum peca de aburrido y excesivamente largo. No hay distinción clara entre canciones, no hay cortes abruptos, los cambios de ritmo son contados. No podemos criticar a los Monos por haber decidido dar un cambio de rumbo, pero sí podemos observar que no fue una transición completa. Se siente como que se quedaron a mitad de camino. El concepto de “dandys espaciales de la Luna” no es creíble, porque en el fondo, los temas siguen siendo de una banda, Arctic Monkeys, que no acompaña del todo la evolución de Alex Turner. El estilo elegido no es malo, está mal desarrollado (para una mejor muestra, recomiendo “Pure Comedy”, de Father John Misty).

Las letras son decentes, y con eso me refiero a que si bien no son malas, son de lo peor que Alex Turner escribió. El rey de la simpleza romántica se dedica a canciones de seis minutos habladas, en la vena de Leonard Cohen o Lou Reed, pero se olvida que no siempre más es mejor.

Cabe agregar una aclaración, y es que la falta de guitarras no hace necesariamente malo a un disco, menos de Arctic Monkeys. Alex ya nos mostró en Submarine que no es necesario tener un riff distorsionado para componer un gran tema. Reconocer la falta de guitarras no significa ignorar que estas canciones no tocan ninguna vena o sensibilidad, a menos que quieras sentirte Don Draper durante 40 minutos, cosa que creo que ni siquiera el protagonista de Mad Men desea.

Tranquility Base Hotel + Casino nos presenta a unos Arctic Monkeys maduros. Las once canciones que componen el disco dejan un sabor semi amargo. Es un disco que sonaría en el lobby de un hotel como el del título, y definitivamente no es un disco de Arctic Monkeys, en el sentido completo al menos. Las letras carecen de profundidad y se limitan a divagues de un músico que es todo lo que el pibe que escribió “Fake Tales of San Francisco” defenestraba. Las melodías dejan que desear, esperando que haya una subida de ritmo o un cambio estilístico al menos. Se nos presenta un cambio de estilo que carece del peligro que atestiguamos en discos anteriores, una carencia del espíritu de la banda. No se extrañan los riffs, se extraña el factor edgy que distinguía a los Monos de las otras bandas de la escena. Una sexualidad que está en falta en el rock moderno.

Este es un disco que no termina de ser bueno, pero definitivamente no es malo. No pincha ni corta. Mejor suerte la próxima.

Calificación: 6/10

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