¿A qué juega Muse?
Denominados por largo rato “salvadores del rock británico”, su último single prueba que son más bien sus sepultureros (y con “rock británico”, me refiero a la oleada que comenzó durante la primera mitad de los 2000, y no a la producción artística del género de todo el Reino Unido). No hay una descripción, reseña, u observación que creo que defina mejor a Something Human más que dicho término. Este último single es basura. Listo, lo dije.
Y no, no tiene que ver con el cambio de rumbo de Muse. Hay una distinción, una línea (fina, pero real) que separa un cambio de rumbo artístico de la inexistencia de una voluntad por hacer arte significativo, o al menos, un buen producto. Una buena canción que pueda sonar en la radio, inofensiva. No es mi deber definir qué es arte y que no, pero sí puedo señalar cuando algo huele mal. Something Human apesta.
Pero, ¿en qué momento exactamente, las cosas se fueron a la mierda? Es muy difícil definirlo. Como mencioné antes, hay una fina línea que separa el desmerecimiento artístico del vanguardismo. Pero todo lo que sube tiene que bajar, así que analizemos el punto mas álgido artística y comercialmente de la carrera de la banda y veamos cómo, desde ahí, las cosas fueron, muy levemente, en picada.
En 2007, Muse toca dos noches en el estadio londinense de Wembley. El recital, que luego será empaquetado en el disco y DVD HAARP es un éxito completo. Para Muse, significa alcanzar una cima no solo ansiada, sino también que les pertenece. El propósito del concierto es promocionar su último trabajo discográfico, Black Holes and Revelations, de 2006, un álbum que es para muchos (me incluyo) el último gran de Muse. Un disco que toma lo mejor de sus trabajos anteriores (pianos y vocales clásicos, muy al estilo Queen, pero sumamente distorsionados, como si Radiohead hiciese opera) pero que también incluye éxitos como Supermassive Black Hole y Starlight e himnos instantáneos como Knights of Cydonia.
Muse, formada a mitad de los 90 en Devon, lanzó su primer álbum Showbiz en el 99, un disco que, si bien contaba con grandes canciones, muestra sólo una parte de su capacidad musical. En su momento también fue vapuleado por ser una copia barata de The Bends.
La respuesta fue Origin of Symmetry , un disco que al día de hoy se encuentra todavía en los cánones de lo que un disco perfecto debe ser. Con su segundo disco, Muse salía de las comparaciones con Radiohead y entraba en un territorio propio y distinto. Intervalos de 3 minutos de piano Tchaikovskiano, guitarras con afinaciones bajas, y temas como Plug In Baby, un clásico de la banda con uno de los riffs de guitarra más reconocibles de los últimos 20 años.
El tercer disco, Absolution siguió la línea de Origin of Symmetry, pero además gozó del éxito acumulado del lanzamiento anterior. Muse se encontraba en una buena racha e iba sumando éxitos a su repertorio, mientras se abría a un público cada vez más grande debido también a la influencia que tuvo en ellos (y que ellos mismos tuvieron) en el resurgir del rock mainstream británico de los 2000.
El paso natural era, entonces, no solo lanzar un cuarto álbum que expandiera ese público, sino también que permitiese expandir el escenario para armar un show como el que esta banda, artísticamente excesiva, glamurosa y megalómana necesitaba. Muse nunca pretendió ser una banda del under, fue solo un camino para ellos para lograr una meta como llenar Wembley dos noches. Un lugar acorde a su música.
En ese sentido, el objetivo fue logrado. Pero la banda se veía enfrentada al problema que conlleva un pico de fama, y es no tener (o no saber) qué hacer para remontar ¿Cómo ir más lejos?
Experimentación por aquí y por allá, Muse se convirtió en Coldplay tan de a poco que no se dio cuenta. Los dos álbumes siguientes (The Resistance, una obra conceptual más pop basada en el 1984 de Orwell, y The 2nd Law, una combinación de canciones de todo género posible para demostrar la versatilidad de la banda) resultaron bastante mediocres. Muse se propuso, entonces, tomar el camino que todo artista harto de experimentar y en busca de popularidad por tiempo indeterminado toma: volver a las bases.
Y es que un artista consagrado, con discos mediocres pero fáciles de escuchar siempre se mantiene en el tiempo. Son ejemplo todas las bandas de la camada hard rock/glam metal de los 70. No había riesgo para Muse cuando en 2015 lanza Drones.
Sin embargo, no podemos tomar a Muse tan en serio ¿Cuando se tomaron ellos en serio, después de todo? ¿ Acaso alguien compró los miles de versos conspiranoicos como algo serio?
Drones no fue un disco exactamente amado, pero tampoco odiado. Para una base de fans iracunda tras los otros dos álbumes, este fue un retorno a lo necesario, con algún que otro obstáculo (como fue, por ejemplo, el single Mercy)
Drones importa porque es el disco en el que Muse concluye un proceso de sistematización de su música. El primer single, Psycho, no es más que un riff que Bellamy venía tocando en los entretiempos de sus recitales desde hace más de 15 años, al que solo hizo falta agregar letra, verso y coro. Pasaron dos años hasta que pudimos escuchar nuevo material (fuera del cover de Some Kind of Kick de The Cramps, capaz la última decisión artística disfrutable del conjunto), esta vez en forma de single. Dig Down no fue más que una copia baratisima de Freedom ‘90 de George Michael (y esto no lo digo sarcásticamente. Escuchen el tema).
Dos singles más tarde, nos encontramos con Something Human. Pero la calidad del mismo no me interesa. Es mediocre cuanto menos, horrible si tengo que ser franco. Lo importante es cómo esto significa el final para un género que en un momento supo ser endiosado por los mismos medios de siempre, pasquines que se llenan los bolsillos especulando con la vuelta de los hermanos Gallagher o con notas enteras vanagloriando a Damon Albarn. Always Ascending de Franz Ferdinand fue más de lo mismo, con un intervalo de cinco (!) años entre su salida y el lanzamiento del anterior álbum. Y no hablemos siquiera del último lanzamiento de Arctic Monkeys y la locura de un Alex Turner megalómano, narcisista, cuyos juegos de palabras escalaron a su cabeza y, de paso, prendieron fuego su larga cabellera. Los próceres del género (salvo contadas excepciones) siguen algo vitales, cuando no completamente arruinados (te estoy hablando a vos, Liam).
Hay más bandas, pero no creo necesario seguir. No es mi intención repartir golpes cuál crítico musical. Mi objetivo es otro: cerrar un ciclo.
Como dice esa frase “todo concluye al fin” y la historia de esta generación de bandas concluye acá. No necesariamente con Muse, que siempre fue más bien la oveja negra de esta saga de músicos, sino con la caída o desaparición de otras agrupaciones. Pero Something Human nos muestra un lado paródico del conjunto.
Hay que matar a nuestros ídolos. Soy consciente de lo lastimero que suena agarrársela con músicos millonarios que poco les importa su carrera musical actual. No quiero juzgar las decisiones de vida de un par de músicos, juzgo la intención en su música, que creo que es lo único interesante en cualquier tipo de arte. Y lo que veo por doquier son bandas que optaron por los millones sobre la calidad ¿Producto de la vejez? No. La edad no debería ser causante de discos malos necesariamente ¿Una etapa? Puede ser. Espero que sea eso, aunque no lo creo. Esta generación de músicos se ve en una encrucijada probable para cualquiera que se encuentre en su posición: música aburrida para las masas ó discos decentes, o buenos para unos pocos. La comodidad de cambiar por un estilo con un éxito asegurado o la inconformidad de hacer arte arriesgado pero cargado de una sinceridad fundamental para el rock primero y para el arte segundo. Yo sé qué lado elegiría. Esta generación de músicos parece que también.
Todo indica que el rock británico de los 2000 estuvo, todo este tiempo, destinado a pasarse a su lado más oscuro: material para portadas de NME.
No me interesan las ansias de Matt Bellamy de ganar dinero o las de Alex Turner de incrementar su ego. Me preocupa la falta de tacto, de ganas de que una persona escuche esa canción y diga “Sí, a mí me pasa algo parecido a lo que le pasa a este tipo”.
Hay una diferencia entre evolucionar como artista y evolucionar como espectáculo. Ambas cosas pueden ir de la mano. Pero cuando el espectáculo se come al artista, no queda nada por escuchar, sólo quedan resabios por ver y de los que hablar, remeras a 600 pesos que comprar y artículos de todo tipo. Siento que estamos a un nivel de la humanidad en la que los medios como internet nos permiten ser músicos y vivir de eso, o al menos difundir nuestro arte, sin necesidad de comprometer la calidad de nuestra producción. Hace un par de años probablemente habían excusas. Son incontables los discos que fueron creados de cero para cerrar un contrato con una discográfica. En el siglo XXI hacer un disco malo es posible, pero no se encuentra entre las intenciones de un artista. Nosotros como oyentes no podemos seguir sosteniendo a estos “ñoquis musicales”, artistas que se llenan los bolsillos de regalías y producen más material sampleado para mantener su nivel de riqueza. Elisa Carrió estaría orgullosa.
El capitalismo te toca donde más te duele. A mí me tocó en mis bandas favoritas de mi adolescencia.
Dios, que aburrido que es todo esto.
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