Camina o muere: Un soldado, todos los soldados
- Valentina L.

- 6 nov
- 3 Min. de lectura

"Sólo camina conmigo un poco más."
El mes pasado llegó a los cines de Argentina Camina o Muere -una traducción mucho más literal de su título original, ‘The Long Walk’-, adaptación de uno de los primeros libros de Stephen King. El relato narra un concurso que se lleva adelante en un Estados Unidos distópico, dónde 50 chicos deben caminar sobre una ruta; el último en pie es el ganador. Todos los demás morirán a punta de pistola.
La premisa es llamativamente similar a Los Juegos del Hambre, una saga famosa por poner a adolescentes en una situación de vida o muerte en pos de un premio millonario. Pero Stephen King escribió Camina o Muere mucho antes de que Los Juegos del Hambre fueran una idea, allá en la década de los ‘40 como crítica a la guerra de Vietnam. Y mientras en Los Juegos del Hambre la revolución es parte del espectáculo, en esta historia la resistencia es mucho más sutil, y sus consecuencias, aparatosamente más sangrientas.
Partimos del punto de vista de Garrity, un adolescente de 16 años interpretado por Cooper Hoffman (el joven protagonista de Licorice Pizza, ya no tan joven) con un padre desaparecido por las fuerzas militares. El largometraje también cuenta con Mark Hamill (Luke en La Guerra de las Galaxias, por decir su más famoso rol) como El General, la encarnación misma de todo lo que representa ese sistema: masculinidad y tradiciones sistematizadas sobre la violencia en pos del nacionalismo.
La película usa sus casi dos horas tratando de darle cuerpo a ese sentimiento de desesperación que lentamente te va a consumiendo a lo largo del libro a medida que te das cuenta, en simultáneo con sus personajes, que realmente es caminar o morir; ninguno de los personajes, salvo uno, van a llegar a la meta, porque no la hay. La meta la construyen los cuerpos tirados a lo largo del camino; De ellos depende que el ganador se pueda ir a casa.
Es por esto mismo que la camaradería y amistades que se dan a lo largo del concurso pueden llamar la atención. Los chicos se ayudan, festejan cuando alguien que está por fallecer del cansancio retoma el ritmo requerido, lloran o se angustian cada vez que son uno menos. Es que a pesar de todo pensamiento lógico (que haya menos gente viva significa que hay más chance de ganar) la camaradería entre pares en tiempos de guerra es un rasgo inevitablemente humano.
Porque eso representa: los soldados norteamericanos caminando hacía el campo de batalla; sólo que en este caso, el camino es la batalla. El climax, que generalmente en las películas de guerra llega durante las batallas, en este caso es cuando los caminantes tienen que pasar una colina. Algo que en cualquier otro concepto es una tontería, aquí se vuelve crítico: Es por eso que las decisiones de dirección y estética replican un combate, con el protagonista desorientado, gritos en el fondo y muchos disparos en todas las direcciones.
Más allá de la significación que pueda tener en su propio país, con su historia y su cultura armamentista, cada vez que pienso en la película se me viene a la mente nuestra propia historia. Una de las primeras cosas que dice El General es esto: Nuestro país está en crisis, y ustedes, y esto (haciendo referencia al concurso, pero también a su sacrificio insensato) es lo que inspira a la gente a seguir. Y con esas palabras, y las cámaras que están grabando a los chicos en el momento en que sus cuerpos sin vida caen sobre el asfalto, justifica una matanza injustificable. Cuántos generales argentinos habrán pensado eso mismo mientras mandaban adolescentes a una guerra perdida en época de la dictadura militar; Cuántos civiles lo habrán repetido.
Supongo que ese es el punto: todos los ejércitos son máquinas construidas a partir de una pieza básica, los jóvenes rasos enviados al muere, muchos que ni tuvieron tiempo de pensar por qué están ahí, ni que significa, hasta que ya es demasiado tarde. Las consecuencias, en los chicos que ven a la muerte en los ojos y en los que los esperan en casa, son irreversibles. Las ganancias las ven unos pocos.
La ficción, cuando está bien hecha, sirve para traer a la luz estas experiencias, particulares pero universales a la vez. Y la película, aún con sus fallas, nos recuerdan porque Stephen King es el rey de traducir temores sociales y culturales en villanos dignos de películas de terror.








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